Cinco meses después
de salir de mi país, aun extraño todo en la misma medida. Todo lo no material.
Cinco meses después
de haber vivido en Medellín, asumí el reto.
Cinco meses después
comprendí lo que es vivir el día a día. No esperé nada del día siguiente, con
poco salí a diario con mi mejor cara, a atender cada cliente con todo lo que
tenía y más. Dediqué mis días no solo a vender sino a escuchar. A diario escuchaba
historias de cada uno de mis clientes, de todo tipo de historias. Cada uno
dejaba algo de ellos dentro de mí.
Si pudiese plasmar
en una foto cada una de sus caras, no dudaría en hacerlo. Cada uno merece su
puesto. Desde el niño pequeño con una incansable alegría, con el que hablaba de
cosas que sólo los niños saben mirar. Hasta el señor con el que no hablaba pero
veía a diario llegar a su casa, desgastado, cansado y quizá un poco
desesperanzado.
De observar y hablar
con la gente aprendí mucho, quizás más de lo que hubiese aprendido sólo
caminando la ciudad.
Cinco meses después
hice amistades sin darme cuenta.
Cinco meses después,
no me detuve y seguí mi recorrido.
Cinco meses después,
seguí a Costa Rica.
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