Comparto algunas
cosas que aprendí a lo largo de los años, que tienen mucho que ver con lo que
hacemos los diseñadores.
1. Sólo puedes
trabajar para gente que te agrada
Es una regla curiosa
que me llevó mucho tiempo aprender porque, de hecho, en los inicios de mi
práctica sentía lo contrario. Ser profesional requería que no te gustara
particularmente la gente para la cual trabajabas, o al menos que mantuvieras
una relación distante, lo que significaba no almorzar con los clientes ni tener
encuentros sociales. Hace algunos años me di cuenta de que lo opuesto era
verdad. Descubrí que todo el trabajo valioso y significativo que había
producido provenía de relaciones afectivas con los clientes. No estoy hablando
de profesionalismo; estoy hablando de afecto. Estoy hablando de compartir con
el cliente algunos principios comunes. Que, de hecho, tu visión de la vida sea
congruente con la del cliente. De otro modo la lucha es amarga y sin
esperanzas.
2. Si puedes elegir,
no tengas un empleo
Una noche estaba
sentado en mi auto fuera de la Universidad de Columbia, donde mi esposa Shirley
estudiaba antropología. Mientras esperaba escuchaba la radio y oí a un
periodista preguntar: “Ahora que llegó a los setenta y cinco, ¿tiene algún
consejo para nuestra audiencia sobre cómo prepararse para la vejez?”. Una voz
irritada dijo: “¿Por qué últimamente todos me preguntan sobre la vejez?”.
Reconocí la voz de John Cage. Estoy seguro de que muchos saben quién fue —el
compositor y filósofo que influenció a gente como Jasper Johns y Merce
Cunningham y al mundo de la música en general. Apenas lo conocí, admiré su
contribución a nuestro tiempo. “Sabes, no sé cómo prepararme para la vejez”,
dijo. “Nunca tuve un empleo, porque si tienes un empleo, algún día alguien te
lo quitará y entonces no estarás preparado para la vejez. Para mí ha sido lo
mismo cada día desde los doce. Me levanto por la mañana y trato de darme una
idea de cómo llevar el pan a la mesa hoy. Es lo mismo a los setenta y cinco: me
levanto cada mañana y pienso cómo voy a llevar el pan a la mesa hoy. Estoy
excelentemente preparado para la vejez”.
3. Alguna gente es
tóxica, mejor evitarla
En los sesenta había
un hombre llamado Fritz Perls que era psicólogo gestáltico. La terapia Gestalt,
derivada de la historia del arte, propone que debes comprender el “todo” antes
que los detalles. Lo que debes observar es la cultura entera, la familia completa,
y la comunidad, etc. Perls proponía que en todas las relaciones la gente puede
ser tan tóxica como enriquecedora. No es necesariamente cierto que la misma
persona sea tóxica o enriquecedora en todas sus relaciones, pero la combinación
de dos personas puede producir consecuencias tóxicas o enriquecedoras. Y lo
importante que puedo contar es que hay un test para determinar si alguien es
tóxico o enriquecedor en su relación contigo. Aquí va el test: tienes que pasar
algún tiempo con la persona, así sea tomar un trago, ir a cenar o ver un juego
deportivo. No importa demasiado, pero al final observa si te sientes con más o
menos energía, si estás cansado o si estás fortalecido. Si estás más cansado,
entonces te han envenenado. Si tienes más energía, te han enriquecido. El test
es casi infalible y sugiero usarlo toda la vida.
4. El
profesionalismo no basta
Cuando comencé mi
carrera quería ser profesional. Ésa era mi aspiración porque los profesionales
parecían saberlo todo, sin mencionar que además les pagan por eso. Más tarde,
después de trabajar un tiempo, descubrí que el profesionalismo en sí mismo era una
limitante. Después de todo, lo que profesionalismo significa en la mayoría de
los casos es “reducción de riesgos”. Así, si quieres arreglar tu auto vas donde
un mecánico que sepa cómo lidiar con el problema que tiene. Supongo que si
necesitas cirugía en el cerebro no querrás tener cerca a un doctor tonto
inventando una nueva forma de conectar tus terminaciones nerviosas. Por favor,
hazlo de la forma que ha funcionado bien en el pasado.
Desafortunadamente,
en nuestro campo, el así llamado creativo (odio esa palabra porque se suele
usar mal, odio el hecho de que se la use como sustantivo, ¿te imaginas llamar a
alguien creativo?), cuando haces algo en forma recurrente para reducir riesgos
o lo haces de la misma forma en que lo has hecho antes, se vuelve claro por qué
el profesionalismo no es suficiente. Después de todo, lo que se requiere en
nuestro campo, más que cualquier otra cosa, es la trasgresión continua. El
profesionalismo no da lugar a la trasgresión porque ésta incluye la posibilidad
de error, y si eres profesional tu instinto te dicta no fallar, sino repetir el
éxito. Entonces, el profesionalismo como aspiración de vida es una meta
limitada.
5. Menos no
necesariamente es más
Al ser hijo del
modernismo escuché este mantra toda mi vida: “Menos es más”. Una mañana, antes
de levantarme, me di cuenta de que era un sinsentido total, un asunto absurdo y
bastante vacío. Pero suena importante porque contiene dentro de sí una paradoja
resistente a la razón. Sin embargo, no funciona cuando pensamos en la historia
visual del mundo. Si observas una alfombra persa, no puedes decir que menos es
más porque te das cuenta de que cada parte de esa alfombra, cada cambio de
color, cada cambio de forma es absolutamente esencial para su calidad estética.
No se puede probar de ninguna manera que una alfombra lisa es superior. Lo
mismo con el trabajo de Gaudí, las miniaturas persas, el art nouveau y muchas
otras cosas. Tengo una máxima alternativa que creo que es más apropiada:
“Suficiente es más”.
6. El estilo no es
confiable
Creo que esta idea
se me ocurrió por primera vez cuando miraba una maravillosa acuarela de un toro
de Picasso. Era una ilustración para un cuento de Balzac llamado “La obra
maestra desconocida”. Es un toro expresado en doce estilos, desde una versión
muy naturalista hasta una abstracción reducida a una simple línea, con todos
los pasos intermedios. Lo que surge con claridad al observar este impreso es
que el estilo es irrelevante. En cada uno de esos casos, desde la abstracción
extrema hasta el naturalismo fiel, todos son extraordinarios más allá del
estilo. Es absurdo ser leal a un estilo. No merece tu lealtad. Debo decir que
para los viejos profesionales del diseño es un problema, porque el campo está
manejado más que nunca por intereses económicos. El cambio de estilo suele
estar ligado a factores económicos, como todos los que leyeron a Marx saben.
También se produce cansancio cuando la gente ve demasiado de lo mismo todo el
tiempo. Entonces, cada diez años más o menos se produce un cambio estilístico y
las cosas se vuelven diferentes. Las tipografías van y vienen y el sistema
visual cambia un poco. Si llevas años de trabajo como diseñador, tienes el
problema esencial de qué hacer. Quiero decir, después de todo, has desarrollado
un vocabulario, una forma que te es propia. Es uno de los modos de distinguirte
de tus pares y establecer tu identidad en el campo del diseño. Mantener tus
creencias y preferencias se vuelve un acto de equilibrio. La duda entre
perseguir el cambio o mantener tu propia forma distintiva se vuelve complicado.
Todos hemos conocido casos de ilustres personajes cuyo trabajo repentinamente
pasó de moda o, más precisamente, se quedó en el tiempo. Y allí hay historias
tristes como la de Cassandre, indiscutidamente el más grande diseñador gráfico
de principios del siglo XX, que no pudo ganarse la vida en sus últimos años y
se suicidó.
7. En la medida en
que vives, tu cerebro cambia
El cerebro es el
órgano más activo del cuerpo. De hecho, es el órgano más susceptible de cambiar
y regenerarse. Tengo un amigo llamado Gerard Edelman que es un gran erudito en
estudios del cerebro y para quien la analogía del cerebro con la computadora es
desafortunada. El cerebro es más como un jardín silvestre que constantemente
está creciendo y esparciendo semillas, regenerándose, etc. Y él cree que el
cerebro es maleable —en una forma de la cual no somos totalmente conscientes— a
toda experiencia y a todo encuentro que tengamos en nuestra vida.
Me fascinó una
historia en un periódico hace pocos años acerca de la búsqueda del oído
absoluto. Un grupo de científicos decidió que descubriría por qué alguna gente
tiene oído absoluto. Son los que pueden escuchar una nota con precisión y
replicarla exactamente en el tono correcto. Alguna gente tiene un oído muy
fino, pero el oído absoluto es raro incluso entre los músicos. Los científicos
descubrieron —no sé cómo— que en la gente con oído absoluto el cerebro era
diferente. Ciertos lóbulos del cerebro habían experimentado algún cambio o
deformación recurrente entre quienes tenían oído absoluto. Esto fue
suficientemente interesante en sí mismo, pero entonces descubrieron algo aún
más fascinante: si tomas un grupo de niños de cuatro o cinco años de edad y les
enseñas a tocar el violín, luego de unos años algunos de ellos habrán
desarrollado el oído absoluto, y en todos esos casos su estructura cerebral
habrá cambiado. Bien… ¿qué podría significar eso para el resto de nosotros?
Tendemos a creer que la mente afecta al cuerpo y que el cuerpo afecta a la
mente, pero generalmente no creemos que todo lo que hacemos afecte el cerebro.
Estoy convencido de que si alguien me gritara desde el otro lado de la calle,
mi cerebro podría ser afectado y mi vida podría cambiar. Es por eso que mi
madre siempre decía: “No te juntes con esos chicos malos”. Mamá tenía razón. El
pensamiento cambia nuestra vida y nuestro comportamiento.
También creo que el
dibujo funciona de la misma manera. Soy un gran defensor del dibujo, no por
haberme convertido en ilustrador, sino porque creo que el dibujo cambia el
cerebro, de la misma forma en que encontrar la nota correcta cambia la vida de
un violinista. El dibujo te vuelve atento, te hace prestar atención a lo que
ves, lo cual no es tan fácil.
8. La duda es mejor
que la certeza
Todo el mundo habla
siempre de tener confianza, de creer en lo que haces. Recuerdo que una vez en
clase de yoga el profesor dijo que, espiritualmente hablando, si tú crees que
has alcanzado la iluminación, apenas has alcanzado tus límites. Pienso que es verdad
en un sentido práctico. Las creencias profundamente arraigadas de cualquier
tipo evitan que te abras a experimentar, y es por eso que encuentro
cuestionable toda posición ideológica sostenida con firmeza. Me pone nervioso
que alguien crea demasiado en algo. Ser escéptico y cuestionar toda convicción
arraigada es esencial. Por supuesto, hay que tener clara la diferencia entre
escepticismo y cinismo, porque el cinismo es tan restrictivo de la propia
apertura al mundo como las convicciones apasionadas: son como gemelos. En
definitiva, resolver cualquier problema es más importante que tener razón.
Existe una sensación de autosuficiencia tanto en el mundo del arte como en el
del diseño. Tal vez comienza en la escuela. Las escuelas de arte a menudo privilegian
un modelo de personalidad como el de la filósofa Ayn Rand, quien siempre se
resistía a las ideas de cultura que la rodeaban. La teoría de las vanguardias
es que como individuo tú puedes transformar el mundo, lo cual es verdad hasta
cierto punto. Uno de los signos del ego dañado es la certeza absoluta.
Las escuelas
alientan la idea de no comprometerse y defender tu trabajo a toda costa. Bien,
el asunto es que todo trabajo tiene que ver más que nada con la naturaleza del
compromiso. Sólo tienes que saber con qué comprometerte. La búsqueda ciega de
tus propios fines a costa de excluir la posibilidad de que otros puedan tener
razón, no tiene en cuenta el hecho de que en diseño siempre lidiamos con una
tríada: el cliente, la audiencia y tú mismo. Lo ideal sería que mediante alguna
clase de negociación todas las partes ganaran, pero la autosuficiencia suele
ser el enemigo. El narcisismo generalmente proviene de alguna clase de trauma
de la infancia que no debe profundizarse. Se trata de un aspecto muy difícil en
las relaciones humanas. Hace algunos años leí una cosa muy notable sobre el
amor, que también aplica a la naturaleza de la relación con los otros. Era una
cita de Iris Murdoch en su obituario. Decía: “El amor es el hecho
extremadamente difícil de darse cuenta de que el otro, que no es uno, es real”.
¡¿No es fantástico?! La mejor conclusión sobre el tema del amor que se pueda
imaginar.
9. Sobre la edad
El año pasado
alguien me regalo para mi cumpleaños un libro encantador de Roger Rosenblatt,
llamado Ageing Gracefully [Envejeciendo con gracia]. No me di cuenta del título
en el momento, pero contiene una serie de reglas para envejecer con gracia. La
primera regla es la mejor: “No importa. No importa lo que pienses. Sigue esta
regla y agregarás décadas a tu vida. No importa si es tarde o temprano, si
estás aquí o allá, si lo dijiste o no, si eres inteligente o estúpido. Si
saliste despeinado o calvo o si tu jefe te mira rayado o tu novio o novia te
mira rayado, si tú estás rayado. Si consigues o no que te den ese ascenso o
premio o casa: no importa”. Gran sabiduría. Entonces escuché un maravilloso
cuento que parecía relacionado con la regla número diez: Un carnicero estaba
abriendo su negocio una mañana y mientras lo hacía un conejo asomó su cabeza a
través de la puerta. El carnicero se sorprendió cuando el conejo preguntó:
“¿Tiene repollo?”. El carnicero dijo: “Ésta es una carnicería, vendemos carne,
no verduras”. El conejo se fue saltando. Al día siguiente el carnicero estaba
abriendo su negocio y el conejo asomó su cabeza y preguntó: “¿Tiene repollo?”.
El carnicero ahora enojado le respondió: “Escúchame pequeño roedor, te dije
ayer que vendemos carne, no verduras, y la próxima vez que vengas por aquí te
voy a agarrar del cogote y clavaré esas orejas flojas al suelo”. El conejo
desapareció precipitadamente y nada sucedió durante una semana. Entonces una
mañana el conejo asomó su cabeza desde la esquina y preguntó: “¿Tiene clavos?”.
El carnicero dijo: “No”. Entonces el conejo dijo: “¿Tiene repollo?”.
10. Decir la verdad
El cuento del conejo
es importante porque se me ocurrió que buscar repollo en una carnicería sería
como buscar ética en el campo del diseño. No parece ser el lugar más adecuado
para encontrarla. Es interesante observar que en el nuevo código de ética del
American Institute of Graphic Arts aparece una cantidad importante de
información sobre conductas para con los clientes y para con otros diseñadores,
pero ni una palabra acerca de la relación del diseñador con el público. Lo que
se espera del carnicero es que venda carne que se pueda comer y no mercadería
engañosa. Recuerdo haber leído que, durante los años de Stalin en Rusia, todo
lo que llevaba la etiqueta de “ternera” en realidad era pollo. No me quiero
imaginar qué sería lo que llevaba la etiqueta “pollo”. Podemos aceptar algún
nivel mínimo de engaño, como que nos mientan acerca del índice graso de las
hamburguesas, pero cuando el carnicero nos vende carne podrida, nos vamos a
otra parte. Como diseñadores, ¿tenemos menos responsabilidad con nuestro
público que un carnicero? Quien esté interesado en matricular a los diseñadores
gráficos, debería notar que la razón de ser de una matrícula es proteger al
público, no a los diseñadores ni a los clientes. “No hacer daño” es una
advertencia a los doctores que tiene que ver con la relación con sus pacientes,
no con sus colegas o con los laboratorios. Si fuéramos matriculados, decir la
verdad se convertiría en algo más importante en nuestra actividad.
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